lunes, 28 de enero de 2019

susurros

Cuanta voz gastada,
pulida cual espada
para solo hacer ruido
sin decir nada.

Rompiendo bagatelas,
hojas, sombras, telas,
gritando y gritando
por temor a estar callado.

Tierna suena la campana
cuando el alma se abandona
de sus frágiles escamas
y se entrega, silenciosa

al íntimo culto del murmullo.
La voz deviene río,
asciende por tus surcos,
se arroja en tus oídos.

Y allí va todo aunque no lo veas,
aunque no lo oigas,
aunque no lo sientas,

guardo mi vida en el secreto de sus ondas
deseoso de susurrártelo a solas.

canción del cansancio

Vuela tú, gorrión,
déjame descansar
del peso de mis alas.

Para ti el aire y el sol,
bellos palacios de alma
que bebieron de mis huesos
hasta dejar ausencia blanca.

Yo te miraré desde abajo,
marchita flor apátrida
envuelta por la tierra
rezando para que caigas.

Maldita la canción que no duela,
que no coja el pecho y lo abra
y siembre de horror su esqueleto
hasta que arda.

Si no es para mí el cielo
que se derrumbe y ya está.

Yo ya no soy nada, gorrión,
yo ya no soy nada.

No puedo pedir con tu inocencia
otro horizonte soñoliento;
detrás de las nubes no hay nada
solo tus alas y su impulso ciego.

Toma el cielo, tómalo,
yo ya no lo quiero.

Mientras tanto, déjame, gorrión,
déjame coger mi cadáver
y acurrucarme a su lado.

Déjame, gorrión.

Estoy cansado.