sábado, 20 de julio de 2019

más allá del arcén

Será la tristeza una lluvia silenciosa sobre cuerpos arrojados de la carretera que ya no pueden dormir. Crujen los helechos agostados a sus pasos inertes mientras las cigarras cantan, bajo las hojas amigas, monótonas melodías, repiques de campanas del campo; Se ha roto la infinita profundidad del silencio y el arrojado está confuso: no está solo, no, pero sigue vivo todavía, la ilusión de descanso eterno ha desaparecido y las gotas de agua recorren su piel, se agrupan, se condensan, cada vez más pesadas, cada vez más pesadas. Cruel alquimia la del corazón que decidió transformar el agua en plomo porque pensó que jamás volvería a bailar alrededor de una hoguera: ahora sus pies pesan tanto que no podría bailar aunque se la encontrase. Las cigarras repiten su monotonía sin objeto, su canción profana a nada dirigido, por nada motivado y para ellas eso está bien – sus notas son escurridizas; no conocen las puertas y por eso siempre son bienvenidas en todos los seres, a los que hace más livianos. Tardan las canciones en nacer -nada bello nació sin crisálida- y en arrojar luz sobre las heridas pasadas. Sin embargo el arrojado ya no oye nada, ya no ve nada; una aguja atraviesa sus venas como cisne que se adentra en la corriente; ha derretido el Tiempo en una cuchara; el sopor tan deseado viene de la mano de su hermano mayor. Sobre su cadáver lloran las luciérnagas.

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