jueves, 2 de mayo de 2019

miedo

¿Qué vas a hacer cuando vuelva el miedo? Te equivocas si crees que esta lejos, es la sombra que proyectas ignorante sobre la tierra: aunque no la veas siempre está delante o detrás tuya. No admite aplazamientos ni prórrogas: es puntual y firme, agudo como una aguja que se clava en la osamenta. Tragas saliva, agitas tus manos entumecidas, como si sacudiéndote pudieras quitarte de encima el miedo y sus pulgas, te concentras en la medida de lo posible, le has escuchado llamar a tu puerta.
¿Qué vas a hacer ahora? Tantos preparativos, ¿para qué? No está fuera, está dentro; no son pulgas, son larvas que eclosionan en tu piel y te devoran lentamente hasta convertirse en negras mariposas asfixiantes. Y ya no puedes tragar saliva. Y ya no te puedes concentrar.

Eres un árbol muerto, de tronco hendido, bañado en mortífero rocío. Que seas consciente de ello no es suficiente para detenerlo; saber que tienes miedo no afecta para nada al hecho de tener miedo, del mismo modo que reconocer el hambre no equivale a comer. Puedes distraerlo, intentar domarlo, pero el verdadero miedo es una trepadora nacida desde las profundidades de las venas que invade todo el ser sin ningún tipo de miramiento, ¿acaso has visto serenidad en los ojos de un niño que, aterrorizado, sostiene entre sus pequeños brazos el cadáver de su hermano? ¿Puede el corzo mantener la calma frente a la garra del tigre? El animal que llevas dentro es viejo, pero fuerte, más fuerte que tú, ¿acaso crees que puedes detenerlo?

Acaso lo creas. De hecho, lo crees. Crees que puedes controlar la situación pero por alguna extraña razón todo se te escapa, tus movimientos son torpes, tu voz tiembla, el corazón es una bomba de presión, una locomotora que solo entiende dos opciones: luchar o huir. Te has convertido en enemigo de las cosas. Es normal, siempre ha sido así, es la paz la que nace de la guerra, es tan solo una fase de descanso subordinada a esta, las ciudades son una extraña mezcla entre Auchwitz y Disneylandia que nos protegen del infierno existente más allá de su cúpula, más acá de nuestra racionalidad. Entretenidos, aislados, paquetes individuales de burbujas desinfectadas (unas de mayor calidad que otras, ciertamente) que llevamos como traje, como segunda piel, contra el odio. Pero el odio vuelve, y de la mano del miedo.

A su llegada todo el reino de cristal se derrumba. Miedo. Miedo. Miedo. Miedo. Nada más que el miedo. El miedo es puro presente, mandíbula brutal que se cierne sobre ti y te inmoviliza, estás solo: estúpido funambulista que camina sobre abismos como miradas animales. "Uno solo sabe la fuerza del oleaje cuando lo tiene en contra" Vas a conocer la fuerza de la delicada máquina que conoces como cuerpo, al enfrentarse al fantasma, que invade las cosas, ásperas o suaves, que conocemos como muerte. Porque todo los miedos, lleven la máscara que lleven, son el mismo, miedo hacia la muerte; tu muerte o la del otro, la muerte de un nosotros, de un valor, de un ídolo, de un momento. Creo que ya sabes quien tiene las de ganar.

 Déjate caer. Déjate caer y huye, antes de que caigas paralizado y la cosa vaya a peor. Vamos. La resistencia es inútil. El miedo ha dejado su púrpura marca en tu pecho cristalino para que los demás miembros del rebaño sepan lo que pasa cuando se enfrentan al mundo. Pero nunca aprendemos, solo sufrimos y repetimos los mismos patrones esperando que no pase lo mismo, como si algún día, chocando contra el muro, podamos romperlo con la cabeza. Uno de los dos caerá primero. Creo que ya sabrás por quién apuesto yo.

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