Cuanto tiempo gastado detrás de
efímeros cometas, ebrios de nuestra fantasía y de espejos en el
agua que muestran las estrellas como luciérnagas al alcance de la
mano. La ilusión se rompe como botella de alcohol que besa el
asfalto después de alcanzar la cumbre de la borrachera, cuando
descubrimos que los tragos siempre fueron amargos, llenos de fuga, y
mirarnos en esta locura escogida de mirada perdida nos resulta
insoportable. Creímos ser libres por ir en busca de una muerte más
bella, dictados por un impulso que aguijoneaba nuestra carne y nos
obligaba a lanzarnos al camino sin brújula. Hoy el viento suena frío
y cruel por los recovecos de las calles sin salida que un día fueron
refugio; las farolas, las luces de los pubs, las palabras que se
lanzan al aire porque sabemos que siempre habrá más, bebida
corriendo por las cañerías buscando un nuevo hogar, promesas y
juramentos como fuegos artificiales; el estrépito se impone como un
yugo en el cuello de la ciudad; una chispa de indeseada lucidez
brilla detrás de nuestros ojos y nos alejamos de la ciénaga para
caminar, lentamente, detrás de una nube vagabunda que nada sabe, que
nada quiere, y que por eso nos parece decidida y feliz.
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