Con unas manos enemigas entre sí, con
unos ojos arrojados en el asfalto hecho de muerte y luz, me acerco a
lo que fue. A lo que me hizo. A lo que se va.
Parpadeo: Brilla el ojo y se apaga y
vuelve a brillar, la angustia vive en ese intervalo entre la visión
y las sombras. El recuerdo es un mordisco incapaz de cicatrizar,
luchando por respirar. Y aunque no estén tus dientes aún estas
aquí. Te agitas, parpadeas. Siento que lates casi sin querer, que te
expandes a los cuatro vientos con las velas izadas buscando un sueño
y luego te contraes como un beso arrepentido, mientras te observo con
miedo, sabiendo que algún día te callarás y no sabré diferenciar
tu cadáver de tu sueño. Tengo esta marca desde antes de mi cuerpo,
como un sol que me trajo de la mano aquí y ante el que me desvelo.
Cuando tardas mucho en amanecer tengo miedo. Parpadeo. Doy un salto
de fe y pienso que cuando abra los ojos todo seguirá allí. Aunque
nunca podré saberlo. Por eso los abro, miro tu huella y su reino:
busco tu boca de nuevo.
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