Esto...
Esto que forma parte de mí,
este estigma que corona mis dedos
hundidos en masacres de palabras y
cuerpos.
Crear, vomitar, escupir,
no son tan distintos,
el alma se transgrede a sí misma
cansada de la identidad
y comienza la alquimia,
tragando saliva,
con la luna en la garganta.
Sabor a sangre
sabor a sangre.
Al fin y al cabo,
¿que es el artista
si no un vampiro narcisista?
Sabor a sangre
hierro en la lengua
Todo poema es un cadáver,
llamarlo “epitafio”
es pecar de clemencia.
El que quiere una flor
la arranca,
el que la ama
la riega,
el que escribe la tortura,
rompe su lánguido cáliz
en nombre de la belleza
y su salvia cual tinta
le sirve para llorar a la muerta.
Esto, no tiene nada clemente.
Oh, esos paisajes que nunca crearé
por miedo a destruirlos...
El nombre, ese velo al revés
que se posa en la cosa
para hacerle daño
atarla
limitarla
delinear su absurdo
en este lienzo
del que somos cómplices,
violación colectiva del silencio
unánime.
Esputos
violencia
taxidermia,
expuesta nuestra experiencia
como un trofeo,
como un animal,
como un mesías
cuyo sacrificio carece de sentido
si nadie lo ve.
Envidio la lucidez de los que no se
preguntan
por el peso de la palabra.
Yo hace ya tiempo
que ignoro si estoy flotando
o me estoy hundiendo.
Insoportable,
quizás ligero,
horrible culpa de nunca llegar a ser
jilguero,
no puedo escribirte y quererte al mismo
tiempo.
Angustia, neurosis,
todo lo que digo esta incompleto,
entre palabra y palabra
espacios insalvables
donde nadie puede oírme,
pero este es mi hogar, esta febril
blancura
donde todo es potencia y posibilidad:
infinitud sin ningún rumbo
hacia todas las direcciones,
ascensión perpetua
o caída ilimitada.
Entonces empieza la embriaguez,
el vértigo,
párpados se enamoran de la nada
que muda, responde a su llamada:
“No puedo evitar decir algo,
no puedo evitar no decir nada”
Óleo envenenado penetrando en la raíz
inocente
de bolígrafos sutiles que nunca serán
suficiente.
Heredada maldición
que forma parte de mi condición,
ser siempre lejano,
arrancarme la piel
para hacerme un disfraz de mí.
Somos el reflejo sin objeto,
el vacío irreductible de los cuerpos,
de los hechos,
la mandíbula que solo quiere morder
sin saber por qué,
la pregunta que no ha de hacerse,
los ojos que miran sin jamás verse.
Que ganas de escupir aquí sangre
y llevarla a un museo para explicarme,
de romper la cuarta pared
y hacerte daño,
un verso de aguardiente,
estremecer los cuerpos con estas ansias
de fiebre.
Pero, después de todo, nada.
Silencio en la orilla,
silencio que se escucha a sí mismo,
soledad de la empresa destinada al
fracaso
por el mero hecho de existir.
Que fácil es gritar cuando estás
mudo,
cuando nadie te oye, ni siquiera tú,
en esta cámara de resonancia
que solo repite
y repite
y repite
partituras rotas incapaces de
autodestruirse.
Nada está a salvo
de mirarse en el espejo,
cuando descubrí que estaba hecho de
letras,
que me estaba creando y destruyendo
simultáneamente
solo quise gritar,
y eso he hecho.
Hasta donde puedo llegar siendo un
verso...
Acaso no querría hacerte daño si te
alcanzara
si no mecer tus ojos con delicadeza de
paloma
en una noche sin diferencia
donde no estuviéramos hechos de
distancias.
Estos son los ecos que tejo en mi pecho
donde resuenan en cuevas mas antiguas
que yo.
Mi esencia es la sospecha de mi
esencia,
una vez presentado, ¿aceptas la
invitación?
Entra en este cante sin motivo
que ignora si es magia o delirio,
absorber, ser absorbido,
¿que más da?
Agita tus dientes en mi cuello infiel
y bebe de mi colmena,
guardo en mis venas
un lecho color amapola
para que olvides quien eres,
para que olvides quien soy,
y este monólogo, sombra de todas tus
obras.
Arroja tu respuesta vacía al mundo
que escuche tu voluptuosa inutilidad
declarando ser duda,
semilla desconocida
más terrible que el batir de unas alas
si la cuida un tierno jardinero.
Nuestro reino es posible y nada más.
El intersticio, el germen, nos
pertenecen.
Esta promesa insalvable que nadie ha
hecho
y que a nadie se dirige
nunca dejará de ser un intento.
No tengo soporte,
solo sé que estoy latiendo,
recibe este vaivén sin tambor
con la fragilidad del almendro
que existe casi sin quererlo
al pie del cañón desprovisto de
preguntas.
No,
yo no cambiaré el mundo
quizás tu tampoco,
pero somos el yunque,
la fragua de espacios
donde nacerán sendos guerreros
hipnotizados por una chispa
o una imagen vagabunda.
Me ahogo de goce pensando
en que algún día tendremos voz
aunque no sea en nuestras bocas,
cosidas para cantar,
aunque no sean nuestras palabras,
sacrificadas para ser.
Si mi voz, pájaro perseguido
por su sombra
encuentra unas venas que le acojan
en un beso de laurel,
habré colmado esta herida que me
constituye.
Sí,
y la vaciaré de nuevo,
con mas piedad que desprecio,
de nuevo abierta, rota,
punto por punto
embelesado por la solemnidad del
escalpelo.
Porque esta voz es ausencia,
ni busca ni quiere ser colmada
puesto que esto implicaría su
disolución,
y estoy conforme.
Si es amor a la hiedra
que abraza mi mano,
la tóxica contemplación
en un espejo que me divide
o una luz que brota como un sueño
lo que yace en este rincón indecible,
poco importa.
Es el silencio lo que nunca vuelve,
la nada
y nada más.
Por eso murmullo, me muerdo,
me beso, me escribo, me quemo
sangre sangre sangre
si el río suena es que no estoy
muerto.
No me compadezco de los que fueron
atrapados por la corriente,
aunque uno de ellos fuera yo,
porque sé que estuve allí
sosteniendo risueño esta copa.
Y este sabor a hierro
en el sueño en la muerte y en la boca
no es una opción,
es lo que segrego para que me
pertenezca,
esta expectoración nunca es mía.
No es una opción.
Yo no elegí celebrar las cosas
o la vida,
ni morir en los puntos finales
que detienen mi voz y su huida.
Es mi derecho y mi obligación,
solo decido la perspectiva
con la que miro este latido.
Así que, con la venia,
señorías,
tomen asiento,
cojan cubiertos,
la comida está servida.
Aquí tenéis la sangre prometida.
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