No leas, Ícaro,
los anchos volúmenes
a tu historia advocados:
te encontrarás retratado
como un vanidoso gorrión
que quiso elevarse a dios
despreciando fraternales consejos
y razones buenas y humanas.
Yo, sin embargo,
he visto el rubor incandescente de tu
carne,
tu vello cual corola
por el cielo llamado
y el crujir de tus alas sin sangre,
todo, al ser acariciado
por el sol.
Tu tan solo respondiste.
La tentación tocó tu pecho
como se toca a una puerta
familiar y clara.
Buscamos calor
en este vasto erial
sombrío, gélido,
boca abisal de un monstruo sin ojos
hijo del azote de la espada.
Buscamos el calor
y su ambigua llamada
a vivir ardiendo;
a vivir ardiendo;
Buscamos calor
en esta orgía de acero
y tú lo encontraste
Pero
nosotros, cobardes,
no nos arrojamos
a perseguir los haces del sol
que, tarde o temprano,
nos devorarán
en el irremisible final
de todo amor.
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