jueves, 7 de marzo de 2019

Subsuelo

¿Qué esperanza queda para el enfermo de empatía? Tantas veces la he visto caminar en mis callejones sin nombre, sobre las crestas de las navajas y los bosques de cristales rotos, huérfanos cuya madre nunca sabremos si era una botella o un corazón. Tantas veces ha venido, tantas otras se ha ido. Yo sé (espero) que vendrá de nuevo, con la espada, la sonrisa incansable y el hambre, pero ¿y ellos? Quien probó la locura y nunca volvió, quien no puede leer versos, las sombras que despiertan con el sol, envidia de los ángeles, y que vuelven con un trozo de pan a la madriguera, los animales a los que nunca pediremos perdón. ¿Y ellos? ¿Acaso no te atreves a predicar en los barrios peligrosos, doña esperanza? El estómago vacío no conoce la esperanza, si no el miedo y la mandíbula. Nunca llueve a gusto de todos, pero no es casualidad que siempre se mojen los mismos. Hace tiempo que la pila de cadáveres en vida sobre la que comemos y soñamos no se ve. Si no es para todos, que no sea para mí tampoco: doy el toque de queda, cierro las puertas de mi ciudad a la esperanza y me cobijo en las cloacas. Tengo víveres, sombras y armas. Espero el día que pueda contraatacar .

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