martes, 26 de febrero de 2019

de vuelta de la rave viendo a un pavo que miraba las vías del tren

Vagabundos sin noche, caminando en las orillas de una ciudad que nunca duerme, donde se lleva el cansancio como una segunda piel. Suenan las campanas en plazas vacías mientras sus párpados gritan deshidratados; ciegos, confunden las farolas con faros: pero no hay luz ni puerto, solo oscuridad, demasiada oscuridad, demasiado peso para un corazón de cristal. Por supuesto que querrían quitarse los zapatos y descansar en una sombra clara, debajo de un árbol querido que acaricie la carne y su temblor, ese eco del dolor que resuena en nuestras cuevas como un coro. Por supuesto que querrían. La corriente, sin embargo, no perdona. Quien ha visto su reflejo en este río alarga la mano, guarda las piedras del fondo y cose sus bolsillos. Acepta los caprichos de la gravedad con la dignidad y la resignación de la tristeza silenciosa. Se les puede ver junto a las fuentes secas, masticando recuerdos, esperando a nadie, arrepentidos por todo. A veces los miro y me intentan saludar. Jilgueros afónicos, peces ahogados en un charco, personas tan solitarias que ya no buscan si su soledad.

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